Nuestro cuerpo, y en él nuestra personalidad externa, son el instrumento que nos ha sido dado. El alma, nuestro músico interior, ensaya melodías y armonías. Desde el secreto mundo de lo invisible y con la exacta medida que sólo Ella conoce, intenta decir su canción. Unica, necesaria, nueva de toda novedad. La personalidad externa, el yo pequeñito que vino a servir y obedecer, a veces pretende mandar. Depositaria de pautas milenarias recibidas a través de la educación y de los genes, teje y desteje en el cuerpo: sus inspiraciones y sus trabas, errores familiares, errores atávicos, saberes familiares y atávicos. Repite y repite escalas y acordes, que se graban en las células del cuerpo. Bien o mal? Se graban siempre bien, pero a veces nos desafinan. El alma necesita expresar su melodía, su armonía, su ritmo. Unicos, siempre recién nacidos y plenos de sentido. Sentido para qué? para quién?. Para al Gran Todo y el pequeño todo que se necesitan uno al otro para el canto.
«Todo fluye» decía Heráclito, «no nos bañamos dos veces en el mismo río». La personalidad miedosa, habitando en el miedoso cuerpo, teme a la novedad. Se enquista en nuestros órganos, se abroquela en los huesos. Se asegura escuchando voces ajenas, extrañas, que suenan muy seguras y autoritarias y siempre prometen. Escuchando consejos y promesas engañosos, a veces olvidamos prestar atención a nuestra alma. Cómo nos habla el alma?
El Dr. Edward Bach, gran iniciador de la terapia vibracional mediante las esencias florales, nos lo dice de una manera simple: el alma se expresa mediante la intuición, el instinto, deseos. Pequeños deseos a veces, como tomar otra taza de té, caminar porque sí bajo la luz del sol, ordenar nuestros objetos cotidianos. Nada complejo, ninguna complicada teoría: lo real se expresa con simplicidad. Sólo hay que escucharlo, estar atentos a nuestro presente. Y no permitir que nadie interfiera o nos desvíe. No es esto egoísmo? En todo caso, un Egoísmo indispensable: seguir los dictados de nuestro Ego/Alma/Yo superior.
Sí somos egoístas cuando intentamos manipular a otros para que sigan nuestra voluntad. Porque así como deseamos la libertad, y tenemos derecho a ella, debemos estar atentos para respetarla en el otro. La codicia es uno de los defectos más graves según Bach. Y no sólo la codicia de lo material, sino la de poseer a otros, subordinar otras voluntades a nuestras «verdades» o caprichos. A veces lo hacemos «con la mejor intención», nuestra codicia se disfraza de amor, de generosidad; «queremos evitarle al otro sufrimientos, o pérdidas de tiempo». Le tiramos nuestras «verdades» y nuestros «bienes» a baldazos. Y esperamos por supuesto que nos lo agradezca, salga de su equivocación y siga «por el camino derecho». Y nos asombramos de que el otro quede atontado y tiritando si el agua estaba fría, o totalmente acomodado y dependiente de nosotros si el agua estaba tibiecita.
Cómo sería el trabajo de un buen afinador? Lo primero, buen oído y amorosa atención. Tratar de descubrir la verdad que está luchando por despejar el otro, sus «acordes fundamentales». A partir de esta comprensión, que para nada es intelectual sino más bien vital, sentida más allá de las palabras, ayudarle a rescatar su bien. Así el otro se va afinando, y de paso nosotros también, como en todo intercambio regido por la buena voluntad, el conocimiento y el amor.
Las esencias florales, el reiki, la música, el sonido terapéutico de los cuencos, la palabra inspirada: todos diferentes instrumentos de afinación. Para que el cuerpo y en él la personalidad externa puedan sentir y dejarse guiar por los sabios y bellos impulsos del alma. El proceso a veces es lento y laborioso para el que somete a él. Requiere paciencia y sinceridad, sobre todo consigo mismo. Y cómo se evalúa el progreso? Por sus frutos, también es simple y clara la evaluación. Sentimos ir subiendo en la escala de la alegría y la paz interior. Esto nos permite ir cumpliendo cada día con nuestros más profundos objetivos y no tanto con lo que «los demás» esperan de nosotros. Con humildad, sin vanagloriarnos por nada: tenemos paz y buena música para compartir. Sin mentiras, sin palabras repetidas para disfrazar nuestro ser. Recordando lo que comentaba no recuerdo qué gran hombre, «Lo que usted es habla tan fuerte que no me deja escuchar lo que me está diciendo». Se empieza a experimentar un estado de gratitud, que nos brilla adentro tan simplemente como la luz del sol. Y al ir cambiando, sin darnos cuenta, la polaridad de nuestros imanes, vamos atrayendo otras armonías. La orquesta interior va coordinando con otros músicos, con otra música. Otros prójimos van haciéndose lugar a nuestro alrededor, o en los ya conocidos otros tonos, otros matices empiezan a brillar para nosotros. Fruto esencial de comprobación de si «vamos bien»: los otros, las afinidades. Aquí aflora la verdad (o la mentira) y la belleza (o fealdad, lo que «no suena bien»).
Platón decía «la Belleza es el resplandor del Ser». Experimentar la belleza de nuestra vida como permanente aprendizaje. Aquí nace la mejor música en la cual el Alma se siente a sus anchas, expresando a través de persona y cuerpo. El proceso no es fácil, pero nada es fácil. Crecer en vida, crecer en voluntad, crecer en realización de nuestros ideales… Atención!! Estamos prometiendo…
Tomá nuestras promesas como tomaríamos un relato de ciencia ficción. Aperturas de la mente para liberar la imaginación, y crear. Crear qué? Tus propios modos, tus propios acordes. Mucho estudio, mucha disciplina son a veces necesarios para liberar la imaginación. Afinarse y escuchar la propia música, algo bello para compartir. Y seguir siempre aprendiendo. Como es infinito el intercambio, y permanente, cada día nos descubre un nuevo desafío, un nuevo modo de compartir, nuevas fórmulas para descifrar nuestro misterio, y Ser.